Camino de enseñanzas.
Por: Elizabeth Silva Rodríguez.
Un niño vio azotar un esclavo, era pequeño pero comprendió cuan injusto fue aquel acto, no alcanzaba a entender el por qué de esa acción tan cruel y juró desde entonces su defensa.
Un gran amor llenaba su corazón, más tarde se ramificaría en otro tan grande como ese; el amor a su madre y a la Patria que lo vio nacer.
Sus ideales políticos siempre los tuvo claros y definidos, aquel pequeño con una inteligencia poco común,
sufrió prisión a muy temprana edad, con ella los rigores y desmanes de una política cruel implantada por usurpadores de pueblos.
Este niño que fue hombre desde pequeño, sintió en su pecho la honda tristeza de ver los desafueros del coloniaje español y las severidades de la esclavitud.
Creció con la necesidad de materializar sus sueños de justicia social.
De pensamientos proféticos, concepciones firmes y de conciencia adelantada al ser, comprendió de que lado está el deber.
Sabía que era necesario luchar para expulsar a los intrusos que se apoderaron de Cuba. Así llegó a la madurez como pensador, como hombre grande que dedica su vida a la causa de su país y su deber.
Llegó la hora de aunar esfuerzos y voluntades.
América supo de su andar en busca del apoyo para la guerra necesaria, lo hizo en silencio, para poder lograrlo.
Alertó del peligro que representaban los Estados Unidos para estas tierras, sentenció que los pueblos, como los árboles, se debían poner en fila para impedirle el paso al gigante de las siete leguas, demostraba así lo necesaria que era la unidad.
La fuerza del pensamiento Martiano trasciende tiempo, fronteras e ideologías.
Cada momento en su andar por la vida significa una lección, una enseñanza, una indicación a tomar el camino correcto, a obrar como hijos dignos de este pueblo al que tanto amó y el que lo dio todo.
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