Raíces de los pueblos
Por: Elízabeth Silva R.
La muerte no es verdad cuando se ha cumplido bien la obra de la vida; truécase en polvo el cráneo del pensador; pero viven perpetuamente y fructifican los pensamientos que en él se elaboraron, sentenció José Martí, el Apóstol de la Guerra de Independencia de Cuba y son tan certeras estas palabras que hay personas que mueren para vivir por siempre, como él.
Martí pasó a la inmortalidad, murió para ser eterno; sus concepciones, su modo de actuar materializó al hombre de ideas adelantadas con respecto al ser que era.
Un niño que sufrió, lloró y juró lavar con sangre el crimen de ver azotar y morir un esclavo, dice mucho de la dignidad humana que encierra su personalidad.
Amó a su madre y a la patria, fiel defensor de las causas justas, como la independencia.
Inteligencia y claridad de pensamientos lo distinguieron, capaz de avizorar y prevenir los peligros para su pueblo.
Demostró su talento extraordinario al advertir a América el peligro que representaba Estados Unidos para nuestros pueblos.
En su testamento político dejó claro su posición antiimperialista, los sentimientos de amor a la patria y la libertad.
Cayó, como él quería, de cara al sol, para irradiar esa eterna luz en nuestras acciones, para enseñarnos que los muertos son las raíces de los pueblos.
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