Manos de angel
Por: Elízabeth Silva R.
Como una luz que iluminó mi vida y premió de alegrías mi corazón, fue el nacimiento de mis hijos.
En una bella noche, llena de estrellas y muchas esperanzas, llegó al mundo mi hijo más pequeño. No pensé que después de tantos años podría llegar, no lo esperábamos, pero fue la felicidad más grande no solo para mí, sino para toda la familia.
Aquel bebé fuerte, con una extraordinaria vitalidad nos daba sorpresas cada día, hacía las cosas más insospechadas.
Recuerdo que con apenas cuatro años se subió a una bicicleta, que nunca había manejado, y con una sabiduría que solo la práctica proporciona, echó a andar; en otra ocasión, con solo tres años, se nos desapareció y lo encontramos sentado a un piano del círculo infantil de enfrente de la casa.
Lo husmeaba todo, lo preguntaba todo, pero había que proporcionarle respuestas convincentes, de lo contrario persistía hasta lograr su objetivo.
Desde pequeño tenía habilidades para las artes plásticas, aquel niño hiperactivo e inteligente solo lo tranquilizaban papeles, lápices de colores, pinceles y temperas.
Sus creaciones de niños eran verdaderas obras de arte. Fue creciendo y en sus libretas nunca faltaba un dibujo.
Las manos de hijos tienen angel, ellas crean, dibujan y logran todo lo que se proponen, los pinceles y el caballete son testigos de mi confesión.
Sin recibir estudios musicales, sacaba las más increíbles y complejas notas de la guitarra.
Su enorme sensibilidad humana y su gran corazón hace que se sienta bien su centro de labor: una escuela para niños con necesidades educativas especiales, a los que le dedica respeto y amor.
Jamás pensé que el niño intranquilo, incansable y travieso llegara a ser tan maduro, disciplinado y respetuoso.
Sus cualidades no están engrandecidas por mi amor de madre, sino por el merecido homenaje a quien se lo gana, más hoy, el día de su cumpleaños.
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