Recuerdo imborrable en el tiempo.
Por: Elizabeth Silva Rodríguez
Pensamientos preclaros, ideas firmes, convicciones forjadas a lo largo de su bregar por la vida, amor infinito a una causa que abrazó desde su niñez.
Amor sin límites a la Patria, odio invencible al que la oprimía y rencor eterno a quien la atacaba. Así era José Martí.
Recorrió pueblos de América en busca del apoyo a la independencia y salvar las islas de Cuba y Puerto Rico.
Sus deseos libertarios iban más allá de nuestras fronteras, las tierras de este continente debían ser libres del coloniaje español.
Como héroe respetó a los que lo eran, admiró y veneró a Bolívar, Sucre, San Martín.
América fue su gran patria, ella sabe de su espíritu de lucha, su fe inquebrantable en la Guerra Necesaria como única vía para vencer la contienda contra el opresor.
Este inmenso hombre es de todos los tiempos: de ayer, de hoy, de mañana.
De los que aborrecen la esclavitud, los que aman el honor y la libertad.
Su pluma, su verbo preciso y su vida fructífera estuvieron siempre a disposición de los pobres de la tierra con los que echó su suerte.
La modestia, sencillez y altruismo lo dignifican, lo hacen cada día más grande en la enseñanza del recuento y de la marcha unida.
Periodista de verbo encendido y oportuno, sus profundos conocimientos políticos hicieron de él un hombre imprescindible, de los que muestran la praxis revolucionaria y enseña a comprender de qué lado está el deber.
Ni los peligros que corría cada día, impidieron que fuera al campo de batalla para enfrentarse al enemigo y alcanzar el objetivo supremo: la independencia de Cuba.
José Martí es luz, paz, fidelidad, sencillez, apego por los que sufren y necesitan la justicia social.
El sol iluminó su muerte para vivir por siempre,
su muerte no fue verdad porque cumplió bien la obra de la vida, su manera de ser y actuar lo colocan en el lugar de paradigma, ejemplo a seguir, recuerdo imborrable en el tiempo que nos llama a estar en cuadro apretado como la plata en las raíces de los Andes.
0 comentarios